El sábado ha amanecido lluvioso. Ninguno mejor, entonces, como poema de la semana que éste:
La
lluvia
El
agua deslíe la conciencia, una a una
empapa
las imágenes, se agitan sus reflejos,
tiemblan
sólo un instante sobre la herida. Nunca
acabará
la lluvia. En la memoria llueve,
vuelvo
a ver los charcos de la infancia, una manta
empapada
sobre vagas cabezas, y un rostro
muy
fugaz de mujer. Siempre estuvo lloviendo,
los
pájaros perdidos buscaban entibiarse
en
nuestra sangre. Aquella boca de tibia luna
enmudecida
y fría, sobre la yerba húmeda...
¿A
dónde lleva el agua esas semillas?, ¿en qué mar
desembocan?,
¿en qué madre germinan?, ¿acaso
el
alma es tierra y luego, ya en sazón, fructifican
bajo
el temblor de la memoria? Tocar el mundo
con
nuestras manos ciegas, y luego, en el recuerdo,
otro
mundo renace más intenso. Aquella
mano
posada sobre el tiempo, aquella frente
con
su gesto de arcilla, y este turbio afán
del
hombre por alzar su casa derruida
bajo
la tempestad, esta inquietud de abrir
en
las ondas de todos los regatos la entraña
encendida
del musgo. Sí, ¿en qué océano
en
qué lecho se vierten las palabras?, ¿qué muelles
refugian
a sus barcos? El cielo es agua quieta,
y
el polvo, y los vestigios que espejean y abrasan
en
su luz la conciencia. Náufragos todos bajo
idéntico
aguacero, peregrinos del sueño,
creciendo
sobre el pecho del tiempo, sosteniéndonos
sobre
la mano incierta de un dios que nos ignora.
(Miguel
Florián)
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