La tostadora
Es
una mañana estupenda de primavera y vamos a desayunar en la terraza. Mientras
mi mujer prepara el café llevo allí la fruta, las mermeladas, la miel, las
tazas. Sobre la mesa, ya conectada al enchufe eléctrico, encuentro una
tostadora nueva, sin duda una sorpresa de mi mujer, pues la antigua, muy vieja,
estaba sin control y quemaba siempre el pan. Esta es oblonga, toda ella
redondeada, brillante, con una forma aerodinámica, un diseño muy moderno, sin
ángulos. Pero enseguida le pregunto por dónde se meterá el pan, pues no presenta
ninguna abertura en la parte superior. Al fin veo, en el extremo opuesto al
cable de conexión, un espacio horizontal, alargado, transparente. Imagino que
es una bandeja, pero no soy capaz de extraerla, y mientras lo intento descubro
en el interior algo que me impresiona desagradablemente, unos bichos vivos, de
cabezas blanquecinas y extraños miembros prensiles. Doy voces a mi mujer y
llega corriendo. “Yo no he puesto ahí eso”, responde, mirando a los bichos con
la misma repugnancia que yo. De repente, el cable que conecta la supuesta
tostadora a la corriente se suelta y se retrae dentro del artefacto, que corre
la mesa, salta al aire, queda suspendido unos instantes y sale volando con
rapidez hasta perderse en el cielo lleno de luz. El incidente nos ha inquietado
mucho: a mi mujer le vibran con pavor las antenas y yo siento que se me han
erizado los pelos del abdomen y que me tiemblan todas las patas.
(Autor:
José María Merino)
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