Alborada en el golfo
Al amanecer, a solas la
playa y aún dormida, ya estás en el agua. El aire rubicundo y el
mar blanquecino, ambos tempranamente tibios, casi no refrescan,
aunque entonen tu cuerpo mal descansado y ardoroso. Bienestar animal
que regocija el alma.
Por la playa, a lo
lejos, sólo aparece el sombraje de la cantina, bajo el cual
resguardar del sol mesas y bancos. Detrás, grupos de palmeras, no
tanto decoración como testimonio de latitud. Tierra
caliente.
La mañana crece y nadie
todavía. El mundo es esto: sol, arena, agua, Soledad y tiempo lo
habitan, y nada más. ¿Tú? Tú eres pensamiento circunstancial,
hijo de esa soledad bien hallada y de ese tiempo demorado. Pausa.
Vivir siempre así. Que
nada, ni el alba, ni la playa, ni la soledad fuesen tránsito para
otra hora, otro sitio, otro ser. ¿La muerte? No. La vida todavía,
con un más acá y un más allá, pero sin remordimientos ni afanes.
Y entre antes y luego,
como entre sus dos valvas la perla, este momento irisado y perfecto.
Ahora.
(Luis Cernuda)
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