Rato de espera
Hace más de un
cuarto de hora que esperas en el parque por Alicia. Impaciente, enciendes otro
cigarro y aguardas cinco minutos más sentado en esa banca, hasta convencerte de
que no llegará. No tienes ánimo de ir a ninguna parte, así que lo mejor te
parece quedarte un rato más en el parque, por lo menos hasta la una de la
tarde, hora en que podrás llegar a casa cuando tu madre tenga lista la comida. Mientras
tanto, observas distraído hacia un lado de la banca y adviertes sobre la tierra
el laborioso trabajo de una colonia de hormigas rojas. Te encuclillas para
verlas mejor, y observas sus largas y frágiles columnas avanzando en lentos
movimientos hacia el hormiguero. Absorto, ves cómo varias de ellas portan sobre
su diminuto cuerpo pequeñas briznas de hierba para su nido, mientras que otra
hilera, con movimientos igualmente rápidos y nerviosos, corre paralela pero en
dirección opuesta. En ese momento, escuchas la voz de Alicia y estás a punto de
levantarte pero recuerdas el largo rato que llevas esperándola. Aparentas no haberla
oído y, encuclillado aún, te dispones a observar de nueva cuenta a las hormigas
cuando un fuerte empellón te hace caer de bruces sobre la tierra, tratas de
incorporarte para reprocharme la broma pero el terror te inmoviliza. Frente a
ti, moviendo lentamente las mandíbulas, se encuentra detenida una gigantesca
hormiga roja. Los ojos negros del enorme insecto relumbran como dos espejos y
en ellos, multiplicada como tu miedo, la imagen de una hormiga se refleja.
(Autor: Fernando
Ruiz Granados)