lunes, 5 de febrero de 2018

  Quiero agradecer hoy a María del Valle, alumna mía de 1º A Bachillerato, el ofrecernos -y leernos-este hermoso poema de la semana de un poeta, para mí, desconocido:

Entender no es un verbo

No entiendo.

A veces llegan fotos, pero no ocurre siempre
y hay cada vez más lunes escritos en bolero.
Otras veces catorce o dos palabras,
todas ellas más bruma que concierto.

Entender no es un verbo.
Es la esquina más triste del deseo.

Una vez fue distinto y fue milagro
y fue monumental y blanco y cierto.
Recuerdo que había velas en el cuarto,
que yo serví una copa
y que la oscuridad, lenta y redonda,
tan fácil de ahorcar, tan amorosa,
vestía las paredes de naranja
mientras nos alfombrábamos la boca.

Bailábamos desnudos.
Era hermoso.
Y yo entendía todos los retazos del cuento.

Entendía tu nombre en los poemas,
la herencia del cabello que quedaba en el suelo,
la casita en el campo, los señuelos,
el vigilante espiándonos a ratos,
los delincuentes quietos frente al beso.

Entender era fácil
porque en la soledad de los pasillos
estallaban los novios y era marzo
y nosotros, homicidas y lúcidos,
nos reflejamos tanto en la belleza
que fundamos un tallo.

Luego vino el silencio.
Y la distancia seca.
Y la navaja.
Y todo lo que somos cuando el vino se acaba o evapora.

Y ahora no entiendo nada.
Llegan palabras dulces,
bien escritas, tranquilas, pero no pronuniadas.

Frases que no comprendo.
Meditadas. Extrañas.

Frases como
he pensado que deberías salvarte
o conocí una calle que recuerda tu acento
o ya viene el invierno
o sabes que te extraño
o creo que te quiero
o no hay duda
o te amo.

(Pala)

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