Luna
de miel
Llevaban dos horas de
camino y no habían dejado de discutir desde que se subieron al
coche, así que, en cierto sentido, a los dos les vino bien el
pinchazo: una tregua, un tiempo muerto, la excusa perfecta para no
tener que compartir el mismo espacio.
El hombre bajó a
cambiar la rueda entre maldiciones; la mujer se quedó en el interior
del vehículo, fumando en silencio y observando, por el espejo
retrovisor, la figura acuclillada de su marido que no acertaba a
poner bien el gato hidráulico.
Entonces vio emerger,
de entre los árboles, lo que parecía ser un oso pardo. Por suerte
reaccionó deprisa y, después de subir las ventanillas, bajó el
seguro de las puertas.
(Raúl
del Valle)
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