La ouija
Siempre
me advirtieron que no moviera la copa y jamás hice caso. Yo recorría las letras
del tablero y me tronchaba cuando veía sus caras descompuestas, cuando
escuchaba sus respiraciones entrecortadas, cuando sentían de pronto la caricia
helada de mis manos.
Una
noche partí la copa y cundió el pánico. Quise decirles que había sido yo, pero
ya era demasiado tarde. Sin embargo, no se quedaron en casa ni hubo que
clausurar aquella habitación como hizo mamá la última vez. Se fueron como almas
cargadas por el diablo y yo hasta ahora les echo de menos.
Los
nuevos inquilinos nunca juegan con el tablero, y a mí me da vergüenza mover las
cosas sin que me llamen.
(Autor: Fernando Iwasaki)
No hay comentarios:
Publicar un comentario